|
SIGLO Y MEDIO DE UNA
EJEMPLAR PORFÍA
Escribe
Bernardino Rodríguez Carpio.
Imaginemos que en los tiempos que hoy vivimos, alguien pretendiese
levantar una ciudad sobre empinados cerros y quebradas, sin río, sin
sol casi todo el año. En un suelo rocoso. A orillas de un mar
embravecido cuya estrecha bahía, además por su bajo nivel, no
permite acoderar embarcaciones de mayor calado.
Estaríamos ante una intención absurda que los modernos conceptos de
la planificación y los estudios de factibilidad habrían rechazado.
Sin embargo esa ciudad existe. Se llama Mollendo. Y es una porfía
del hombre frente a la naturaleza. Pequeña aún, posee modernos
trazos y buen ornato. Sus bien asfaltadas calles son un olímpico
desprecio de la ley de la gravedad, se descuelgan por pendientes, en
algunos casos hasta en tres niveles y en otros trepan indomables
cerros. Todavía abundan los edificios de madera, algunos hasta de
tres y cuatro pisos, de estilo arquitectónico inglés. Su gente
oriunda es en buena parte mezcla de arequipeños y europeos; tienen
dentro de una Arequipa con mucha identidad propia, su propia
identidad. Tanto que si les preguntan si son arequipeños,
rebelándose contra el mapa, responden que son mollendinos. Enrique
Chirinos Soto, en un noche social, tranzó la controversia
llamándoles "los chalacos de Arequipa" para hilaridad general.
No son muchos pero emigrantes por vocación se les encuentra en todas
partes, generalmente bien ubicados. Hubo un momento en que el
presidente del Comando Conjunto y el cabecilla de la banda
subversiva que quería la destrucción del Estado, eran paisanos;
oriundos de este pequeño rincón del suelo nacional. Todavía no han
llegado a presidente de la república, sí a presidente de la Corte
Suprema, ministros de Estado, parlamentarios y comandantes generales
de las tres armas.
Un lugar frecuente, sin embargo, es el deporte: hubo uno, Nicolás
Fuentes, que fue catalogado el mejor en su puesto en un campeonato
mundial de fútbol. Otro, Juan Carlos Oblitas, hizo el único gol de
una hazaña peruana cuál fue ganarle a Francia en París. Roberto
Abugattas fue muchos años recordman sudamericano y campeón
panamericano de salto alto.
De tanto ver los barcos y rozar con gente de otras latitudes, muchos
subieron a bordo a rodar por el mundo. Cada viejo junto al espacioso
malecón, frente al mar, es una leyenda: Que navegó por todos los
océanos, que sirvió en la Armada el 41 y venció en el Ecuador, que
la “Reina del Pacífico” estuvo en Mollendo, que el “Arima Maru” varó
en la playa, que el “Mono” Arriaga, preso por conspirador aprista
escapó a nado de “El Frontón”, que “Islay” La Fuente lo intentó
antes que el “Mono” pero fue alcanzado por una lancha patrullera y
terminó acribillado a balazos en el mar. Entre los que emigraron,
Renato Holguín Rivera, fue prisionero de los nazis en la segunda
guerra mundial y obtuvo altas condecoraciones norteamericanas. No
faltó tampoco quien fue dos veces campeón sudamericano de natación
en Buenos Aires y después se convirtió en el primer americano que
cruzó a nado el Canal de la Mancha y más tarde, cuchillo a la
cintura por si acaso los ataquen los tiburones, asombró el viejo
mundo cruzando el Estrecho de Gibraltar: Daniel Carpio.
En todos hay una similitud. El orgullo de su origen, la valentía y
la melancolía por el pequeño pueblo ubicado entre cerros, bruma,
peñascos y mar.
Quien ha nacido aquí siente que esa loma, convertida en pradera por
la delicada llovizna de invierno, es para Mollendo como el abrazo
materno de la naturaleza; extiende sus abrigadores brazos y lo cubre
en su regazo en acto protector.
En el otro extremo está el mar. Inmenso, en sus orillas renegón,
escenario de la epopeya diaria de un pueblo que aún resiste el
asedio de la adversidad. En él quedaron sepultadas muchas vidas en
el inevitable intento de extraerle el pan que manda el cielo.
En las horas nocturnas, cuando el pueblo queda envuelto en un manto
de oscuridad y silencio, parece el dios del trueno por el nítido
estallido de sus olas contra la roca inerte. Es en cambio, a la luz
del día, belleza viviente, arte natural, pintura y poesía, al hacer
con su espuma de la piedra milenaria, una gigante rosa blanca que
semeja la expresión enamorada de la naturaleza marina hacia el
puerto de su encanto.
Cierto que con él la madre tierra no fue muy generosa. Pero fue
engendrado por su padre el mar. Lo protege, lo alimenta, retoza con
él en sus playas, le enseña que el trabajo es faena dura, lo rezonga
y lo hace hombre. Cuando ruge asusta pero si algún día dejara de
rugir, los hijos del pueblo perderían el coraje, característica
innata que explica esta bella porfía de una heroica subsistencia. Y
una fe inquebrantable en días mejor.
Salud tierra querida, en tu 150 aniversario. Gracias a tu recuerdo,
vivo.
|
|